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EL CAMELLO, ESE ANIMAL EN EXTINCIÓN

EL CAMELLO, ESE ANIMAL EN EXTINCIÓN

La verdad, estar sentado aguardando a que tu amigo finalice el rito de la venta a veces es incordiante, sobre todo si has dejado a tus otros amigos esperando con impaciencia la mercancía. Pero él se lo merece todo, y si no fuera por dicho rito, que a veces empieza a suceder a miles de kilómetros de la casa de tu amigo, se podría pensar que lo único que te interesa de su amistad es la mercancía.

Cuando vas a salir, procuras abrir bien los ojos para que no parezca que estás pedo, y piensas en esa famosa escusa, que a modo de coartada en caso de ser pillado por la G. C., ahuyente toda duda sobre cómo has conseguido la droga. "Me la he encontrado, señor agente, se la he comprado a un moro, y ya sabe, son todos iguales, señor agente..." Durante esas décimas de segundo, el timbre de la puerta suena y el acojone es general. ¿Quién es? "Soy Laurita, cariño, habíamos quedado". Díos mío, falsa alarma, y a seguir el disimulo camino a la calle. Con el adiós en la boca, la puerta abierta y todo el vecindario haciendo oreja, ella, la Bocas, suelta: "Vengo a llevarme 12 X, por seis talegos de maría y dos mogras bien pesados, que son pa un enfermo". Cojonudo, tu momento de concentración se ve roto por la niñata cantosa, que de seguir así en breves nos mandará a todos al trullo.

No sé si al cliente de mi amigo le caería la bien merecida reprimenda, pero me dió mucho que pensar; quizás para ella o el cliente en general, el hecho de dirigirse a un camello sea un acto tan fútil como ir al supermercado.

Al llegar a la calle una dura conclusión se apoderó de mis pensamientos: en el narcotráfico, todos, hasta el último de los consumidores, somos camellos.

Pero he aquí la duda que me surgió de inmediato: esa chica, ¿sabría callar en el momento de ser interceptada por un policía? ¿o cantaría como había hecho en la escalera de la casa de mi amigo? Sí, señor agente, a mí me lo han vendido, y ha sido... fulanito... y mi amigo no vende drogas.

Al camello hay que mimarlo, sostenerlo, preguntarle por su salud, convencerle de que se tiene que cuidar, y cuidarle; si pierde el rumbo, orientarle para que no abuse. Que no trabaje la mercancía, que mantenga un nivel de calidad, que se cuide, que no tenga paranoias. Vigila todos tus movimientos, porque un error tuyo podría acabar con su negocio; y si hoy en día los asesinos se habilitan como políticos, por que no algún día nuestro amigo podría llegar a ser un avezado hombre de negocios, que a pesar de las estúpidas leyes antidroga de su tiempo, supo adelantarse y crear una verdadera red de ventas, que ríase Tabacalera. Detrás de un camello hay muchas bocas que alimentar, legales e ilegales. En la cadena del narcotráfico, todos somos camellos, los fumetas, los jueces, los policías corruptos, los consumidores, todos, hasta el último, somos camellos. Por eso sería esencial retomar las antiguas normas hippies de funcionamiento, para enseñar a todos aquellos que no sepan lo que es un camello, lo bonito que resulta su cría y su cuidado. Silencio, discreción, buen aspecto, el arte del disimulo y, ante todo, sentido común. Las Fuerzas del Estado también disimulan, y más que nadie, convencidos de su disimulo, pueden intimidar, poner trampas, y cazar camellos. Y de los buenos, de calidad, cada vez quedan menos.

1 comentario

rocio -

holaaaaaaaaa
esto esta re
feoooooooooo
jejeje :P
chauuuu inutiles