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Mal Viaje

Mal Viaje

Fue el primer "mal viaje" que tuvieron. Un mal rollo de J.M., compañero de tripi: repentino acceso de ansiedad, síntomas de pánico, retahíla de frases inconexas, a media voz. Recorriendo de un extremo a otro del salón. Parecía un oso enjaulado al borde de un severo ataque psicótico. Todos se dieron cuenta de lo que en J.M. estaba provocando aquella deletérea pastilla "orange" que se deshizo suavemente bajo sus lenguas.

Estaban sobre la alfombra, en círculo, fumando porros. Ojos entrecerrados, estáticos, sumidos en su viaje interior. En el tocadiscos sonaban sinuosas armonías superpuestas del Sgt. Peppers, recién llegado de Londres. Una y otra vez se repetía a todo volumen el último Beatles.

De repente, J.M. abandonó el círculo de la alfombra, caminó hasta el cuarto de baño y se encerró. Notaba un fuerte sabor metálico, su saliva más espesa. Las luces casi le deslumbraron con su increíble, nueva, luminosidad. Se acercó al espejo y observó su imagen. Los ojos brillaban extrañamente. Nunca se vió tan grandes las pupilas. Por el rabillo asomaron invisibles amebas eléctricas cruzando su visión. Eran veloces fosfenos. Comenzó a hacer muecas. Observó su boca abierta, sacó la lengua, se fijó en las papilas, en los pliegues gelatinosos de su interior. Se pasó una mano por la mejilla. Se asustó. Vió su descomposición facial. Se le caían los aros ciliares, se le ondulaba un carrillo. Sus facciones eran deformes como las de un cuadro de Bacon. Pensó que llevaba ya mucho tiempo encerrado. Tenía que orinar. Extrajo el pene. Su contacto le chocó. Flácido. Carne demasiado sedosa. Aspecto de gusano. Subió y bajó su glande hasta notar la vascularidad del miembro crecido. Miró el prepucio al descubierto y le horrorizó su color violáceo, su carne estriada. Intentó orinar tratando de alejar de su cabeza el mal rollo. Apenas unas gotas mirando obsesionado el interior de la taza del wáter. Oía nítidamente "Lucy in the Sky with Diamonds" desde los lejanos altavoces. La luz ondulante sobre sanitarios y paredes metacriladas, con destellos irisados, se confundía en combinación con la melodía.

J.M. regresó al salón. Algunos veían atardecer en la terraza. En éxtasis, mirando la cambiante bóveda celeste. Fondo azul y nubes de reflejos tornasolados. Amarillo al naranja. Púrpura al morado. J.M. quedó enganchado con la impresión de que la distancia entre el cielo y ellos desaparecía. Empezó a explicarlo. Sus amigos le miraron como no entendiéndole. Volvió a sentirse mal. Un nervioso escalofrío recorrió su espinazo. Volvió al salón y lo anduvo de un extremo a otro. Alguien le pidió que parara: sus pasos resonaban poniéndole nervioso. J.M. le miró desencajado, dió media vuelta y salió. Notaba en sus sienes una presión molesta. Una algarabía agitando su masa encefálica.

Una de las chicas entró alarmada desde la terraza para advertir a los otros que J.M. estaba tumbado en medio de la acera. Corrieron a la terraza. Diez pisos más abajo estaba J.M. en el suelo. La gente sorteaba su cuerpo. Miraban con curiosidad a J.M. boca arriba, las manos sobre el pecho, como tomando el sol en la playa. Los amigos bajaron y le preguntaron si se sentía mal. J.M. negó con la cabeza. Insistieron, pero J.M. continuó hermético, sin expresarles el ansia, la acumulación eléctrica que sentía en su cabeza. Tampoco le importaba hacerlo. Le convencieron para que abandonara la acera y, sin resistirse, se dejó entrar al portal. Pero no quiso subir al piso. Se tumbó nuevamente en el sofá de su portal. Silencioso e inmóvil, mirando al techo. Deseando que terminase su puto bad trip. Jurándose no volver a tomar otro ácido.

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Anónimo -

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