Senna
Ayrton Senna era mi padre, ese padre que nunca tuve y que pasea por las favelas y que quema los ojos, como solo un nombre puede arder inmenso.
Ayrton Senna era mi escuela, una procesión majestuosa entre las naciones, la fuerza de llevar la mirada alta y de ser reconocible a pesar de la indistinta secuencia de camisetas y calles, palabras y semanas volcadas hacia algo que no entiendo, que no es mi vida pero que está simepre donde yo estoy.
Ayrton Senna era mi mujer y mi vida, todas las sonrisas que he mostrado casi abstrayéndome de la presión inaudita de las estrellas sobre las noches de Río, esas estrellas oscuras y lejanas, presagios de infinitas desgracias.
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